Un Salvador os es Nacido — Estudia la Biblia Hoy





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Un Salvador os es Nacido
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Lucas 2:1-20
RVR1960 (Mt. 1.
18-25) 1 Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. 2 Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. 3 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. 4 Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; 5 para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. 6 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. 8 Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. 9 Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. 12 Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. 13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: 14 ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! 15 Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. 16 Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. 18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. 19 Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.
NTV 1 En esos días, Augusto, el emperador de Roma, decretó que se hiciera un censo en todo el Imperio romano. 2 (Este fue el primer censo que se hizo cuando Cirenio era gobernador de Siria). 3 Todos regresaron a los pueblos de sus antepasados a fin de inscribirse para el censo. 4 Como José era descendiente del rey David, tuvo que ir a Belén de Judea, el antiguo hogar de David. Viajó hacia allí desde la aldea de Nazaret de Galilea. 5 Llevó consigo a María, su prometida, quien estaba embarazada. 6 Mientras estaban allí, llegó el momento para que naciera el bebé. 7 María dio a luz a su primer hijo varón. Lo envolvió en tiras de tela y lo acostó en un pesebre, porque no había alojamiento disponible para ellos. 8 Esa noche había unos pastores en los campos cercanos, que estaban cuidando sus rebaños de ovejas. 9 De repente, apareció entre ellos un ángel del Señor, y el resplandor de la gloria del Señor los rodeó. Los pastores estaban aterrados, 10 pero el ángel los tranquilizó. «No tengan miedo — dijo — . Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. 11 ¡El Salvador — sí, el Mesías, el Señor — ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David! 12 Y lo reconocerán por la siguiente señal: encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre». 13 De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud — los ejércitos celestiales — que alababan a Dios y decían: 14 «Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace». 15 Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció». 16 Fueron de prisa a la aldea y encontraron a María y a José. Y allí estaba el niño, acostado en el pesebre. 17 Después de verlo, los pastores contaron a todos lo que había sucedido y lo que el ángel les había dicho acerca del niño. 18 Todos los que escucharon el relato de los pastores quedaron asombrados, 19 pero María guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia. 20 Los pastores regresaron a sus rebaños, glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído. Todo sucedió tal como el ángel les había dicho.


El Rey de gloria se rebajó a revestirse de humanidad. Tosco y repelente fue el ambiente que le rodeó en la tierra. Su gloria se veló para que la majestad de su persona no fuese objeto de atracción. Rehuyó toda ostentación externa. Las riquezas, la honra mundanal y la grandeza humana no pueden salvar a una sola alma de la muerte; Jesús se propuso que ningún halago de índole terrenal atrajera a los hombres a su lado. Únicamente la belleza de la verdad celestial debía atraer a quienes le siguiesen. El carácter del Mesías había sido predicho desde mucho antes en la profecía, y él deseaba que los hombres le aceptasen por el testimonio de la Palabra divina.

Los ángeles se habían maravillado del glorioso plan de redención. Con atención miraban cómo el pueblo de Dios iba a recibir a su Hijo, revestido con el manto de la humanidad. Vinieron los ángeles a la tierra del pueblo elegido. Las otras naciones creían en fábulas y adoraban falsos dioses. Pero los ángeles fueron a la tierra donde la gloria de Dios se había revelado y había resplandecido la luz de la profecía. Vinieron sin ser vistos a Jerusalén, se acercaron a los que debían exponer los Sagrados Oráculos, a los ministros de la casa de Dios. Ya había sido anunciada al sacerdote Zacarías la proximidad de la venida de Cristo, mientras servía ante el altar. Ya había nacido el precursor, y su misión estaba corroborada por milagros y profecías. Habían cundido las nuevas de su nacimiento y del maravilloso significado de su misión. Y sin embargo, Jerusalén no se preparaba para dar la bienvenida a su Redentor.

Los mensajeros celestiales contemplaban con asombro la indiferencia de aquel pueblo a quien Dios llamara a comunicar al mundo la luz de la verdad sagrada. La nación judía había sido conservada como testigo de que Cristo había de nacer de la simiente de Abrahán y del linaje de David; y sin embargo, no sabía que su venida se acercaba. En el templo, el sacrificio matutino y el vespertino señalaban diariamente al Cordero de Dios; sin embargo, ni aun allí se habían hecho los preparativos para recibirle. Los sacerdotes y maestros de la nación no sabían que estaba por acontecer el mayor suceso de los siglos. Repetían sus rezos sin sentido y ejecutaban los ritos del culto para ser vistos de los hombres, pero en su lucha para obtener riquezas y honra mundanal, no estaban preparados para la revelación del Mesías. Y la misma indiferencia reinaba en toda la tierra de Israel. Los corazones egoístas y amantes del mundo no se conmovían por el gozo que embargaba a todo el cielo. Sólo unos pocos anhelaban ver al Invisible. A los tales fue enviada la embajada celestial.

Hubo ángeles que acompañaron a José y María en su viaje de Nazaret a la ciudad de David. El edicto de la Roma imperial para empadronar a los pueblos de sus vastos dominios alcanzó hasta los moradores de las colinas de Galilea. Como antaño Ciro fue llamado al trono del imperio universal para que libertase a los cautivos de Jehová, así también Augusto César hubo de cumplir el propósito de Dios de traer a la madre de Jesús a Belén. Ella era del linaje de David; y el Hijo de David debía nacer en la ciudad de David. De Belén, había dicho el profeta, “saldrá el que será Señor en Israel; cuya procedencia es desde el principio, desde los días de la eternidad.” Miqueas 5:2
RVR1960 2 Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad. NTV 2 Pero tú, oh Belén Efrata, eres solo una pequeña aldea entre todo el pueblo de Judá. No obstante, en mi nombre, saldrá de ti un gobernante para Israel, cuyos orígenes vienen desde la eternidad.
Pero José y María no fueron reconocidos ni honrados en la ciudad de su linaje real. Cansados y sin hogar, siguieron en toda su longitud la estrecha calle, desde la puerta de la ciudad hasta el extremo oriental, buscando en vano un lugar donde pasar la noche. No había sitio para ellos en la atestada posada. Por fin, hallaron refugio en un tosco edificio que daba albergue a las bestias, y allí nació el Redentor del mundo.

Sin que lo supieran los hombres, las nuevas llenaron el cielo de regocijo. Los seres santos del mundo de luz se sintieron atraídos hacia la tierra por un interés más profundo y tierno. El mundo entero quedó más resplandeciente por la presencia del Redentor. Sobre los collados de Belén se reunieron innumerables ángeles a la espera de una señal para declarar las gratas nuevas al mundo. Si los dirigentes de Israel hubieran sido fieles, podrían haber compartido el gozo de anunciar el nacimiento de Jesús. Pero hubo que pasarlos por alto.

Dios declaró: “Derramaré aguas sobre el secadal, y ríos sobre la tierra árida.” “Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos.” Isaías 44:3
RVR1960 3 Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; NTV 3 Pues derramaré agua para calmar tu sed y para regar tus campos resecos; derramaré mi Espíritu sobre tus descendientes, y mi bendición sobre tus hijos.
Salmos 112:4
RVR1960 4 Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; Es clemente, misericordioso y justo. NTV 4 La luz brilla en la oscuridad para los justos; son generosos, compasivos y rectos.
Para los que busquen la luz, y la acepten con alegría, brillarán los esplendentes rayos del trono de Dios.

En los campos donde el joven David apacentara sus rebaños, había todavía pastores que velaban. Durante las silenciosas horas de la noche, hablaban del Salvador prometido, y oraban por la venida del Rey al trono de David. “Y he aquí el ángel del Señor vino sobre ellos, y la claridad de Dios los cercó de resplandor; y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.”

Al oír estas palabras, las mentes de los atentos pastores se llenaron de visiones gloriosas. ¡El Libertador había nacido en Israel! Con su llegada, se asociaban el poder, la exaltación, el triunfo. Pero el ángel debía prepararlos para reconocer a su Salvador en la pobreza y humillación. “Ésto os será por señal,” les dijo, “hallaréis al niño envuelto en pañales, echado en un pesebre.”

El mensajero celestial había calmado sus temores. Les había dicho cómo hallar a Jesús. Con tierna consideración por su debilidad humana, les había dado tiempo para acostumbrarse al resplandor divino. Luego el gozo y la gloria no pudieron ya mantenerse ocultos. Toda la llanura quedó iluminada por el resplandor de las huestes divinas. La tierra enmudeció, y el cielo se inclinó para escuchar el canto:

“Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.”

¡Ojalá la humanidad pudiese reconocer hoy aquel canto! La declaración hecha entonces, la nota pulsada, irá ampliando sus ecos hasta el fin del tiempo, y repercutirá hasta los últimos confines de la tierra. Cuando el Sol de justicia salga, con sanidad en sus alas, aquel himno será repetido por la voz de una gran multitud, como la voz de muchas aguas, diciendo: “Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios Todopoderoso.” Apocalipsis 19:6
RVR1960 6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ! ! Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! NTV 6 Entonces volví a oír algo que parecía el grito de una inmensa multitud o el rugido de enormes olas del mar o el estruendo de un potente trueno, que decían: «¡Alabado sea el Señor! Pues el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina.

Al desaparecer los ángeles, la luz se disipó, y las tinieblas volvieron a invadir las colinas de Belén. Pero en la memoria de los pastores quedó el cuadro más resplandeciente que hayan contemplado los ojos humanos. “Y aconteció que como los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores dijeron los unos a los otros: Pasemos pues hasta Bethlehem, y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron aprisa, y hallaron a María, y a José, y al niño acostado en el pesebre.”

Con gran gozo salieron y dieron a conocer cuanto habían visto y oído. “Y todos los que oyeron, se maravillaban de lo que los pastores les decían. Mas María guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón. Y se volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios.”

El cielo y la tierra no están más alejados hoy que cuando los pastores oyeron el canto de los ángeles. La humanidad sigue hoy siendo objeto de la solicitud celestial tanto como cuando los hombres comunes, de ocupaciones ordinarias, se encontraban con los ángeles al mediodía, y hablaban con los mensajeros celestiales en las viñas y los campos. Mientras recorremos las sendas humildes de la vida, el cielo puede estar muy cerca de nosotros. Los ángeles de los atrios celestes acompañarán los pasos de aquellos que vayan y vengan a la orden de Dios.

La historia de Belén es un tema inagotable. En ella se oculta la “profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios.” Romanos 11:33
RVR1960 33 ! ! Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ! ! Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! NTV 33 ¡Qué grande es la riqueza, la sabiduría y el conocimiento de Dios! ¡Es realmente imposible para nosotros entender sus decisiones y sus caminos!
Nos asombra el sacrificio realizado por el Salvador al trocar el trono del cielo por el pesebre, y la compañía de los ángeles que le adoraban por la de las bestias del establo. La presunción y el orgullo humanos quedan reprendidos en su presencia. Sin embargo, aquello no fue sino el comienzo de su maravillosa condescendencia. Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado.

En el cielo, Satanás había odiado a Cristo por la posición que ocupara en las cortes de Dios. Le odió aun más cuando se vio destronado. Odiaba a Aquel que se había comprometido a redimir a una raza de pecadores. Sin embargo, a ese mundo donde Satanás pretendía dominar, permitió Dios que bajase su Hijo, como niño impotente, sujeto a la debilidad humana. Le dejó arrostrar los peligros de la vida en común con toda alma humana, pelear la batalla como la debe pelear cada hijo de la familia humana, aun a riesgo de sufrir la derrota y la pérdida eterna.

El corazón del padre humano se conmueve por su hijo. Mientras mira el semblante de su hijito, tiembla al pensar en los peligros de la vida. Anhela escudarlo del poder de Satanás, evitarle las tentaciones y los conflictos. Mas Dios entregó a su Hijo unigénito para que hiciese frente a un conflicto más acerbo y a un riesgo más espantoso, a fin de que la senda de la vida fuese asegurada para nuestros pequeñuelos. “En ésto consiste el amor.” ¡Maravillaos, oh cielos! ¡Asómbrate, oh tierra!

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